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El viaje de la vida

Recientemente he vuelto de un viaje largamente esperado por India y Nepal. Han sido dos meses de profundización en mi formación de yoga y de intensas experiencias en diversos lugares cargados de tradición y espiritualidad. Y por encima de todo, si algo tuviera que destacar de esta fascinante aventura, sería sin duda la firme constatación, una vez más, pero quizás esta vez más que nunca, de la vital importancia de entregarse a la plenitud del momento, al fluir de la experiencia presente sea cual sea su aparente naturaleza, soltando el pesado lastre de nuestros -sorprendentemente preciados- marcos conceptuales. Cada viaje nos brinda especialmente la posibilidad de abrir la ventana para respirar a pleno pulmón el aire puro del corazón y despejar el velo de la contaminante rutina empantanada en nuestra mente. Cada momento, vivido de forma abierta y consciente, y renunciando al corsé de nuestras ideas preconcebidas, recelos y estructuras, es una gran oportunidad para sentir el fresco palpitar de la Vida en nuestro interior. Y es así como podemos darnos cuenta de que si respetamos todo aquello que Es y somos fieles a lo que de verdad Somos, el sentido -o Felicidad- y la Paz dejan de ser quimeras por las que luchar porque ya Son.

Comparto a continuación un texto del maestro Ramiro Calle, reconocido precursor del Yoga en nuestro país, que desarrolla con detalle los paralelismos entre el viaje exterior e interior y enlaza a la perfección con la reflexión anterior:

EL VERDADERO VIAJERO

El viajero se embelesa con las pirámides de Egipto o el Taj Mahal en la India, pero no quiere llevárselos y colgarlos en la pared de su cuarto. Los aprecia y los disfruta, pero no se aferra a ellos; incluso deja su mente libre para poder para poder seguir contemplando y gozando de otras maravillas. El viajero mantiene el ánimo presto, los sentidos abiertos y receptivos, el entusiasmo a flor de piel. Se arriesga, descubre, disfruta y vive. Cada momento del viaje tiene su encanto. El viajero no está obsesionado por lo que verá dentro de dos o tres días, porque eso le impediría contemplar lo que está viendo en cada momento. No acarrea los recuerdos de lo que ya ha visto, porque esas imágenes se superpondrían a lo que está viendo y las distorsionarían. El verdadero viajero tiene una actitud adecuada. Acude y mira; con ello disfruta; se renueva, entona el ánimo, saca fuerzas de flaqueza y no pierde ni la alegría ni la vitalidad. Así es el viajero. Y así debemos mantener esa actitud en otro viaje más largo: el de la vida. Viajar hacia afuera es viajar hacia adentro. Viajemos por la vida con una actitud basada en la atención plena, la intensidad, la apertura de los sentidos y del corazón, el sosiego y la lucidez. Cada minuto cuenta y es irrecuperable una vez ha pasado. Cada instante tiene su gloria y es aprendizaje. Aprendamos a asir y a soltar. El viaje de la vida a veces resulta incluso pavoroso por lo que tiene de gran misterio, pero a la vez es la oportunidad para ayudar a los demás y a nosotros mismos.

El viajero sabe ver y mirar. Capta plenamente lo que a cada instante vive, pero su mente no se queda fija en ello, porque entonces no fluiría con lo próximo que tiene que contemplar y vivir. Está libre de juicios y prejuicios y no impone sus criterios o puntos de vista a lo que observa y experimenta. Está en apertura, fluye, renueva a cada instante su capacidad de asombro, no se resiste inútilmente, no juzga. Conecta con lo que es, en la frescura del momento. Y así convierte el viaje hacia afuera en viaje hacia adentro. Mira y se mira. Siente y se siente. Experimenta en el laboratorio de la vida que se abre a cada momento en el curso del viaje.

En todo viaje pueden surgir inconvenientes. En el de la vida, que es mucho más largo, con más razón. Pero el viajero no se arredra, no desmaya psíquicamente, toma las circunstancias adversas como parte del viaje y se siente inspirado y fortalecido por las mismas. No se obsesiona con la llegada, porque cada paso lo convierte en meta. Como está en apertura, en cualquier parte puede sentirse en su propio hogar. Abre los sentidos para percibir todo como si la vida le fuera en ello. Convierte el viaje en una iniciación, en un rito transformativo.

En el viaje de la vida es importante mantener la actitud del verdadero viajero. Saber tomar y saber soltar. Vivir cada momento como si fuera el primero y el último. Mantener la mente como un espejo que refleja con toda fidelidad, pero no está siempre midiendo, prejuzgando y etiquetando.

Cada viaje, por corto que sea, nos puede servir de despertador. El viaje de la vida, si uno no se precipita en las rutinas internas y los hábitos coagulados, si uno no se fosiliza psíquicamente, es un continuo zarandeo para mantener la mente más despierta y la consciencia más plena. Y así en todo viaje, se viaja también hacia adentro, y en el viaje de la vida morimos muchas veces para muchas veces volver a nacer. De esa manera nos despojamos de la mente vieja para da la bienvenida a la mente nueva.

Texto de Ramiro Calle

Introducción: Daniel Gomis, profesor y coordinador de Yoga en Surya

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